Formación Espiritual

“Santificado Sea Tu Nombre” Honra a Tu Padre Celestial

“Porque el Altísimo, el que vive para siempre y cuyo nombre es santo, dice: «Yo vivo en un lugar alto y sagrado, pero también estoy con el humilde y afligido, y le doy ánimo y aliento” (Isaías 57:15). by Capitán Alan J. González

Hay toda una disciplina de la lingüística que estudia el origen y significado de los nombres. Se llama “onomástica” u “onomatología.” En muchas culturas del Oriente Medio, África, o Asia, los nombres de las personas tienden a poseer un significado que revela información acerca de las raíces familiares o raciales de una persona. Entre los occidentales, el significado de los nombres no es tan relevante. Tenemos la tendencia a escoger un nombre en particular porque es popular u original, o porque nos gusta como “suena” al oído. En otros casos, como en Europa, Norte o Suramérica, es común nombrar a las personas en honor a un familiar, una celebridad o como un acto de devoción hacia una figura religiosa. 

En el contexto bíblico, cada nombre tiene un significado. En la mayoría de los casos, los nombres están asociados, incluso, al carácter, el rol, y la identidad del sujeto en particular. Dios ha usado los nombres para revelar sus propósitos e intenciones con un individuo, una nación e, incluso, la humanidad entera.

En nuestro tiempo, al escuchar ciertos nombres, de inmediato los asociamos con alguna actividad. Por ejemplo, cuando alguien dice Mark Zuckerberg, de inmediato pensamos en Facebook; Elvis Presley es sinónimo de Rock and Roll; el nombre Muhammad Alí con boxeo; Pelé o Messi nos hacen pensar en fútbol; la Madre Teresa en caridad; Adolfo Hitler en genocidio, y así sucesivamente.

La Biblia dice que el nombre de Dios es “glorioso y temible”. (Deuteronomio 28:58). Cuando se pronuncia, el nombre de Dios evoca una diversidad de emociones: asombro y admiración, amor, temor, humildad, confusión, y en algunos, rabia y resentimiento. Después de todo, el ser humano no puede conocer completamente a Dios. Él es “único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de señores…el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:15-16).

“A él sea el honor y el poder por siempre,” escribió Pablo. Eso es parte de lo que Jesús quiere comunicar cuando enseña a Sus discípulos a orar, “santificado sea tu nombre.” 

Debemos darle al nombre de Dios el homenaje y honor que merece. Si esperamos bendición y misericordia de nuestro Padre celestial, debemos primero reconocer Su grandeza y bondad.

Nuestro Dios es grande. Su persona es enaltecida y merece ser reverenciado en humildad. “Porque el Altísimo, el que vive para siempre y cuyo nombre es santo, dice: «Yo vivo en un lugar alto y sagrado, pero también estoy con el humilde y afligido, y le doy ánimo y aliento” (Isaías 57:15).

Todo propósito de Dios es bueno desde que Él lo concibe; por lo tanto, hay que evitar asociar su nombre a acontecimientos o propósitos malos. Con frecuencia uno escucha gente que responsabiliza o culpa a Dios de situaciones o tragedias que son el resultado de la maldad o irresponsabilidad humana. También hay quienes invocan el nombre de Dios para desear mal o ejecutan rituales ocultistas cuya práctica Dios prohíbe enfáticamente. 

Muchas oraciones se desvanecen como vapor en el aire debido al descuido que se tiene en cuanto al uso del nombre de Dios. Él es celoso de su persona, y el hecho de que una criatura como la humana tenga el atrevimiento y cometa la insolencia de pronunciar su nombre con descuido resulta en una grave ofensa.

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